A paso de tortuga
El país tiene potencial y recursos, pero hay que hacer grandes cambios en la mentalidad de los empresarios y en la política pública para mejorar la pobre posición del país en materia de ciencia, tecnología e innovación.
Marcapasos, válvula cerebral, el microquerátomo para cirugías de córnea, vacunas contra la malaria, un robot cirujano y un filtro biológico al petróleo son algunos de los inventos colombianos de trascendencia mundial de los que el país puede sentirse orgulloso. Figuran junto a una serie de innovaciones industriales de alto impacto en la economía, que van desde el famoso telar sin lanzadera que utilizó la industria textil en los años cuarenta, numerosas mejoras en la caficultura y la minería desarrolladas durante más de un siglo, hasta el popular chocoramo y las variadas creaciones de la industria alimentaria que inundan los supermercados en nuestros días. No obstante, la innovación colombiana nada en aguas turbulentas, rema contra la corriente y los números nacionales en esta materia siguen siendo lamentables. Hace poco fueron publicados los indicadores de ciencia y tecnología 2015 y otra vez un pobre 0,23 por ciento del PIB destinado a I+D, a pesar de la meta presidencial de alcanzar el 1 por ciento del PIB durante el presente gobierno, y tras cinco años de la “locomotora de innovación” que se suponía iba a llegar con la ley de regalías, que destinó – al menos era la idea – importantes sumas a la investigación, la ciencia y la tecnología en los territorios.
La proporción de Producto Interno de un país dedicada a I+D guarda clara relación con su capacidad innovadora y su competitividad. El promedio en los países de la OCDE – donde el gobierno colombiano planea ser aceptado – es de 3 por ciento. Estamos realmente lejos de la meta. Por supuesto Brasil, México y Chile superan nuestro indicador, para no hablar de Corea e Israel, que registran algo más del 4 por ciento del PIB. I+D se refiere a innovación “pura” y es el indicador más representativo. Hay un segundo indicador, ACTI, que se refiere a actividades asociadas a ciencia y tecnología (servicios científicos, administracion, capacitación, entre otros), en donde registramos 0,62 por ciento del PIB. La porción de las regalías destinadas a proyectos de innovación todavía no marca nada en las cuentas y no se sabe bien por qué. La mayoría de los 270 proyectos aprobados están apenas en ejecución y una buena parte ni siquiera arrancó. “Muchas veces en las regiones no existen las capacidades para generar ciencia y tecnología de punta”, afirma Gloria Inés Pardo, directora del Observatorio Colombiano de Ciencia y Tecnología. La situación en los territorios que recibieron las mayores transferencias es dramática. “La idea era generar desarrollo en las regiones, pero uno va a Yopal, que es uno de los municipios que más regalías ha recibido y que debería ser uno de los más desarrollados del país, y en realidad la ciudad sigue siendo más o menos la misma que era antes del petróleo”, explica Pardo. Hay críticas a la destinación de los recursos de regalías. Una gran parte se fue a la formación doctoral, en detrimento de la investigación propiamente dicha. Pero probablemente el peor error fue el poder que se otorgó a los gobernadores para decidir sobre estos recursos. Los intereses de la política regional entraron no pocas veces en colisión con las ideas innovadoras. Una crítica frecuente es la atomización de propuestas y la ausencia de un hilo conductor. El ministro de TIC, David Luna, es partidario de la focalización regional según necesidades y fortalezas. “El Fondo de ciencia y tecnología, que tiene importantes recursos para las regiones, debe concentrarse en máximo tres iniciativas para apuntar a un único objetivo de digitalizar las economías regionales”, dijo. Y un último factor que afecta el impacto es, naturalmente, la caída del precio del petróleo que redujo los montos entregados al Fondo de ciencia y tecnología.
Hay varios factores que explican los problemas de la política pública en materia de ciencia, tecnología e innovación. “Nuestra institucionalidad es débil y los centros de investigación y desarrollo tecnológico están casi todos a travesando crisis financieras; no tienen casi fuentes de financiación y deben dedicarse a hacer gestión para sobrevivir”, dice Nohora Elizabeth Hoyos, presidenta ejecutiva de Maloka, una de las más reconocidas iniciativas privadas de apropiación social de ciencia y tecnología del país. Enrique Forero, presidente de la Academia colombiana de ciencias exactas, físicas y naturales piensa que la raíz del problema es la debilidad institucional. “Realmente sentimos que Colciencias ha perdido el norte, desafortunadamente no está haciendo lo que debería estar haciendo, que es apoyar el desarrollo de la ciencia y la tecnología. Necesitamos un ente que realmente piense las políticas de ciencia y tecnología a largo plazo”. Lo dice a pesar que la Ley 1289 de 2009 elevó a Colciencias al rango de Departamento Administrativo y trató de fortalecer el Sistema Nacional de Ciencia, Tecnología e Innovación. Los científicos creen que los indicadores tan bajos se deben a la ausencia de políticas de largo plazo y a la insuficiente inversión de recursos. “¿Cómo se puede hacer investigación duradera si este año te dan 150 millones y el próximo año no sabes si te van a dar dinero o no?”, pregunta Forero.
Los empresarios al banquillo
También la empresa privada tiene una deuda pendiente con la innovación. Las cifras del Observatorio Colombiano de Ciencia y Tecnología no dejan dudas al respecto. “Empresas innovadoras en sentido estricto en el país son muy pocas y el número ha venido disminuyendo. Colombia se concentra en empresas no innovadoras”, explica Gloria Inés Pardo. 76,6 por ciento de las empresas colombiana están consideradas como no innovadoras, e innovadoras en sentido amplio el 19.23 por ciento. Y en sentido estricto, solo 0.1 por ciento, es decir casi nada. Apenas nueve empresas innovan en sentido estricto, según el informe.
Nutresa, Corona y Argos suelen citarse entre las compañías privadas destacadas por su esfuerzo innovador. Pero se mantiene la percepción de que, en general, los empresarios colombianos son poco innovadores, cortoplacistas y evitan el riesgo. Al retirarse de su cargo el año pasado, el anterior ministro de Tic, Diego Molano, dijo a SEMANA que “la industria y las empresas colombianas no se quieren montar en el tren de internet; hay que decirlo abiertamente, el core de la economía colombiana no está marchando al ritmo de internet”. El presidente de la Academia colombiana de ciencias exactas, físicas y naturales, Enrique Forero, coincide: “En la industria colombiana no hay una cultura de investigación y desarrollo; Usted dígale a un industrial colombiano que invierta un capital de riesgo y le contesta ‘¡ni riesgo!’”. Las cifras lo respaldan; mientras en Estados Unidos se invierten 30.000 millones de dólares al año en capital de riesgo, en Latinoamérica, sumando todos los países de la región, se invierten 450 millones de dólares.
La raíz es antigua. Un estudio del profesor Alberto Mayor, quizás el más concienzudo historiador de los inventos en Colombia, encontró que la innovación en el país se sostuvo desde el siglo 19 y aún hoy, con base en el trabajo de inventores solitarios de taller y que sólo en los años ochenta y noventa se multiplicaron en nuestro país los laboratorios industriales, que es el modelo de innovación preferido en los países industrializados y de los cuales ya en los años 30 había casi dos mil en Estados Unidos.
La cultura de los colombianos
¿Somos innovadores los colombianos? En el año 2012 el 90 por ciento de la población colombiana consideraba como “Muy importante” la ciencia, la tecnología y la innovación. El año pasado, ese indicador descendió al 72 por ciento de la población, según el estudio del Observatorio. “La cultura ciudadana acerca de los temas de ciencia tecnología e innovación es, en general, muy pobre y de esa cultura salen los líderes que pueden apostarle a estos temas”, advierte Nohora Elizabeth Hoyos, de Maloka. Los expertos coinciden en que la educación formal en Colombia tiene serias debilidades en la formación de pensamiento científico, que es el que genera la capacidad del individuo de experimentar, explorar, hacer preguntas, formular hipótesis y tomar riesgos, y que está a la base de la actitud innovadora en la mayoría de culturas. Para Hoyos, la cultura innovadora tiene diversas raíces, desde las tradiciones, las creencias, la educación formal, la familia, la actitud de los empresarios y, por supuesto, las políticas públicas. Un buen ejemplo de la manera como el país deja pasar oportunidades de innovación lo aporta Enrique Forero, al citar el caso de Suiza, país que no siembra una mata de cacao y produce el mejor chocolate del mundo. “Nosotros tenemos cacao y no hemos logrado hacer nada con eso, salvo venderlo”. Con la caficultura ocurrió por décadas algo similar, hasta la aparición de la marca Juan Valdez, que pone valor agregado al emblemático producto nacional. “Si no logramos hacer transformaciones en el proceso productivo dentro del país estaremos condenados a que otros lo hagan”, sentencia la directora del Observatorios, Gloria Inés Pardo.
Es claro que se requieren grandes cambios en muchas cosas para que el país avance significativamente hacia la innovación y mejore su lugar en los escalafones internacionales. Uno de ellos es la conexión entre la formación universitaria y la economía. El ejemplo alemán es contundente: la industria financia más del 40 por ciento de la investigación de las universidades. En contraste, nuestro país vive una lógica diferente, en donde la demanda de la industria es limitada, como puede verse en la ingeniería. Dado que no somos un país industrializado, nuestra ingeniería es reducida y las necesidades del mercado colombiano en términos de ingeniera son bajas. “Se importa maquinaria y aquí solo se instalan las tecnologías. La ingeniería local aprende a hacer integración, por ejemplo, en telecomunicaciones, en donde todas las redes se importan y aquí solo se integran e implementan”, explica el profesor Alexander Pérez, de la Escuela Colombiana de Ingeniería Julio Garavito. Entre tanto, la economía digital requiere profesionales especializados y no cuenta con ellos. Según el MinTIC hay un déficit de 53.000 profesionales de tecnologías de la información en la economía colombiana.
El posconflicto podría ser una nueva oportunidad de desarrollar el potencial propio en materia de investigación y desarrollo, por ejemplo, en relación con la competitividad de la agroindustria y de la producción alimentaria, la cual descansa sobre los hombres de los pequeños productores campesinos.
Pero si se quiere impactar la capacidad innovadora del país, será necesario – según cálculos de Raúl Katz – incrementar el gasto en educación del 4,9 por ciento del PIB al 5.1 por ciento, en 2019; extender la duración de años de educación de 13,5 actualmente a 20 años; elevar los resultados PISA en matemáticas y ciencias del promedio actual de 392,9 puntos a 512,5 puntos; incrementar la inversión en telecomunicaciones por habitante de los 48 dólares actuales a 154 dólares en los próximos cuatro años; aumentar la penetración de la banda ancha móvil del 41 por ciento actual al 82 por ciento en el mismo lapso y, el más complicado de todos: elevar el gasto en I+D como porcentaje del PIB, del actual 0,2 por ciento al 2,3 por ciento. No se sabe si la bonanza digital que se vive en el país en la actualidad será motor suficiente para mejorar la innovación y la competitividad. Probablemente tienen razón los científicos cuando piden cambios en la institucionalidad del sistema nacional de ciencia y tecnología, cuando reclaman más recursos e inversiones públicas y privadas, y cuando proponen una revolución educativa que ataque la raíz del problema.
— recuadros —
Citas para el debate:
“El país se acostumbró a producir comodities, pero eso no genera innovación. Es vender algo para que otros sí le pongan innovación y valor agregado”
Gloria Inés Pardo. Directora del Observatorio colombiano de ciencia y tecnología
“La comunidad científica es invisible para el gobierno central, a pesar de que somos cuerpos consultivos del gobierno por ley”
Enrique Forero. Presidente de la Academia colombiana de ciencias exactas.
“El líder colombiano debe estar consciente de que la incertidumbre es parte fundamental de la innovación y apostarle a cosas diferentes y a cosas nuevas”
Nohora Elizabeth Hoyos. Presidenta de Maloka
“Desarrollar tecnologías es costoso y a las empresas les sale más barato comprar un robot en el exterior, ya patentado”
Alexander Pérez. Docente Escuela Colombiana de Ingeniería Julio Garavito
—- Gráfico —–
Cifras clave
- Inversión en I+D: 1.813 millones de pesos, (fondos públicos 51.14%, fondos privados 45.44% y cooperación internacional 2,42%).
- Inversión en ACTI: 4.752 millones de pesos (fondos públicos 54,5%, fondos privados 43,95% y cooperación internacional 1,53%).
- Número de graduados: 392 nuevos doctores; 11.342 nuevos magister; y 158.607 nuevos profesionales.
- Número de doctores que tiene el país: 11.181.
- Grupos de investigación activos: 4.086.
Fuente: Observatorio Colombiano de Ciencia y Tecnología
Publicado originalmente en SEMANA, Edición especial Ciencia y Tecnología, 2016
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