Cómo será la relación de las Big Tech con el gobierno de Donald Trump

Mientras el mundo exige más regulaciones sobre la poderosa industria tecnológica, el próximo presidente de los Estados Unidos anuncia desregulación y cero controles sobre ellas.

En breve Donald Trump estará de nuevo sentado en el escritorio de la “oficina oval”, como llaman al despacho presidencial norteamericano, y la relación extraña de amor y odio que ha sostenido con la industria tecnológica comenzará a vivir un nuevo capítulo. En el pasado, los mega magnates tecnológicos tuvieron posiciones encontradas en relación con el personaje Trump: La Twitter de entonces, en manos todavía de sus fundadores, le expulsó cuando intentaba mantenerse en La Casa Blanca en las elecciones de 2018, y Facebook estableció estrictos controles para contener hasta donde pudo la manipulación algorítmica que la campaña republicana realizaba.

Un sector de estos reyes Midas del chip estaban del lado demócrata y en la contienda electoral reciente, la del año que termina, algunos apoyaron financieramente a Kamala Harris. El “trumpismo” los acusó de “locos comunistas” y esas cosas absurdas que este personaje suele decir. Pero un grupo importante, encabezado por Elon Musk, el más rico entre los ricos descomunales, se la jugó siempre por Donald Trump. Elon Musk, Peter Thiel y otros relevantes inversionistas, como Michel Dell, Larry Ellison y Ken Howery (este último inversionista de Space X y otras empresas de Musk) que representan el ala más a la derecha del tecno capitalismo, reivindican las ideas pos-neoliberales libertarias tan de moda hoy, y en el segundo gobierno de Trump gozarán de las mieles del poder.

De hecho, por estos días los demócratas mencionan a Musk como el verdadero presidente de los Estados Unidos, lo cual, de ser más o menos cierto, haría realidad la utopía de plutocracia soñada por los capitalistas extremos. Que los ricos gobiernen directamente, porque son – en su lógica plutocrática – los más aptos para conducir nuestras sociedades.

Elon Musk tendrá un cargo público en el gobierno de Trump, como jefe de la estrategia de reducción de gasto, el futuro Departamento de Eficiencia Gubernamental que el presidente electo anunció que creará. Musk ejercerá desde allí su poder y ya desde ahora, sin posesionarse, logró vetar un proyecto de Ley presupuestal en el Congreso y derrotó a los aliados de Trump que no entienden de tecnología, en la reciente controversia sobre la inmigración. El “trumpismo” más recalcitrante quiere erradicar la mano de obra extranjera en la economía norteamericana, pero Musk sabe que las Big Tech dependen fundamentalmente de talento foráneo. “Todo se reduce a esto: ¿quieres que Estados Unidos GANE o quieres que Estados Unidos PIERDA? Si obligas a los mejores talentos del mundo a jugar para el otro equipo, Estados Unidos PERDERÁ. Fin de la historia”, dijo Elon Musk en su cuenta en X. Y esa idea regirá la política migratoria. Puede que Estados unidos expulse a albañiles mexicanos y colombianos que trabajan en la industria de la construcción, pero necesitará a los genios asiáticos que desarrollan los algoritmos de inteligencia artificial que definen el futuro industrial del mundo.

Es evidente que Musk aprovechará su rol para facilitarle las cosas a sus propios negocios. Bajo el argumento de que hay un exceso de regulación que lastra la innovación, el Departamento de Eficiencia Gubernamental se encargará de eliminar supuestas trabas regulatorias para las empresas y ajustar futuras normativas. Se da la circunstancia de que muchas de las empresas de Musk operan en entornos altamente regulados. Tesla busca poner en las calles coches autónomos, SpaceX se dedica a uno de los sectores civiles más restringidos, Neuralink quiere implantar chips cerebrales en personas y su startup de inteligencia artificial xAI trabaja con una tecnología en el punto de mira de los reguladores. Así que el plato está servido para que construya el mundo que él y sus socios de negocios necesitan.

Todavía no es clara la política tecnológica del gobierno Trump dos. El presidente electo ha dicho que desmontará las principales estrategias que el gobierno de Joe Biden puso a andar, como los fondos para incentivar la fabricación de chips en suelo estadounidense y reducir la dependencia que la economía norteamericana tiene de la industria taiwanesa. Solo el 10 por ciento de los chips que se producen en el mundo son fabricados por Estados Unidos, y ya vimos en años recientes lo grave que es eso para Norteamérica en la guerra tecnológica y comercial que sostiene contra China.

Bueno, pues Trump ha dicho que esas subvenciones no sirven para nada porque solo harán más ricas a empresas que ya son muy ricas (léase en concreto Intel y Nvida), y anunció que volverá a su política de altos aranceles a los productos importados de Asia. Dijo exactamente que impondrá aranceles adicionales del 10 por ciento a tecnologías y productos de fabricación asiática. El problema con esto, si es que de verdad planea hacerlo, es que perjudica principalmente a Apple, cuyos teléfonos se fabrican en China e India, con procesadores hechos en Taiwán. Apple es en la actualidad la compañía norteamericana más valiosa (está muy cerca de convertirse en la primera empresa en alcanzar los cuatro billones de dólares en valor), así que no es tan sencillo adoptar políticas públicas que la perjudiquen.

No parece tan sencillo que Trump pueda implantar el cero proteccionismo extremo que ha proclamado, como buen neoliberal. La industria tecnológica norteamericana ha crecido en buen aparte gracias a protecciones y subvenciones. El mismo Elon Musk amasó su fabulosa fortuna gracias a subvenciones estatales. Tesla ha recibido millonarios beneficios del programa de créditos medioambientales destinados al sector automotor. SpaceX se ha beneficiado de los grandes contratos públicos con varias agencias federales de Estados Unidos, entre ellas la NASA,  para citar tan solo unos ejemplos bien conocidos.

«

»

¿Qué piensas?

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *