El mercado negro de seguidores falsos
Campañas políticas están comprando paquetes de 150.000 seguidores falsos por menos de mil euros. Granjas de engorde de bots que trinan por encargo se hacen populares en medio de la contienda electoral.
“Internet es una mentira”, afirma sin titubear el abogado Andrés Guzmán, director de la compañía de informática forense Adalid, con sede en Bogotá, que desde el año pasado da a conocer reportes sobre seguidores falsos en el mundo de la política y la farándula colombiana. Germán Vargas y Gustavo Petro fueron los peor librados en su reporte de la semana pasada, con 40 por ciento de seguidores falsos o de dudosa credibilidad en sus redes sociales, aunque casi todos los aspirantes registran estas feas prácticas. Hay suficientes razones para sospechar de ellos: los seguidores en Twitter de estos dos candidatos crecen al ritmo de 2.000 nuevos fans por semana, mientras los demás candidatos agregan una media de 500 nuevos seguidores. Pero, además, un rastreo al origen de sus abultados seguidores encontró direcciones IP de Irak, Irán, Turquía y otros lugares en donde es poco creíble que un aspirante presidencial colombiano tenga masas importantes de simpatizantes reales.
El apetito desmedido por demostrar popularidad en las redes sociales llevó a la formación de un mercado negro de seguidores falsos que crece sin parar. Uno de los servicios de venta de falsos followers de mayor éxito en nuestro país es www.compra-seguidores.com, un emprendimiento localizado en Sevilla, España. El paquete de 1.000 seguidores cuesta 9,9 euros. Y 150.000 seguidores se consiguen por 999 euros, en un par de minutos y sin comprometer la identidad del comprador. Enrique Moris, gerente de esta empresa, en entrevista con SEMANA desestimó la percepción ética negativa que existe sobre la compra de seguidores. Para él, es una herramienta más de mercadeo. “Las redes sociales son como los restaurantes, si la gente pasa por delante y ve que está vacío, no entran, pero si ven que hay gente, les causará un mayor interés y entrarán. Es solo un medio para llegar a una mayor cantidad de gente, no es un fin”. Su empresa tiene diez empleados y tiene presencia en varios países. En Colombia la mayoría de sus clientes pertenecen al ámbito político, aunque también acuden a sus servicios deportistas, periodistas y personajes de la televisión. Moris no reveló la identidad de ninguno de ellos.
Ninguna figura pública de las redes sociales colombianas hace personalmente este tipo de compras. De eso se encargan sus estrategas digitales, y a veces incluso a sus espaldas, para mostrar buenos resultados.
La semana pasada el diario The New York Times publicó un extenso reportaje que puso al desnudo a uno de los operadores más grandes del mundo en este mercado negro, la empresa Devumi, que tiene más de 200.000 clientes, entre estrellas de la televisión, pastores cristianos y modelos famosas. El actor colombiano John Leguizamo tiene seguidores provistos por Devumi.
Las estimaciones más serias indican que Twitter tiene 48 millones de usuarios falsos. Eso es el 15 por ciento del total de usuarios de esta red social. Facebook reconoció oficialmente al menos 60 millones de cuentas automatizadas. Muchas de ellas fueron manipuladas desde Rusia en la campaña electoral que llevó a Donald Trump a la presidencia.
El negocio de retuitear
Incluso se ha formado un oficio nuevo, el “tweetdeking”, y miles de jóvenes se dedican a él en todo el mundo, Utilizan la popular plataforma TweetDeck, de administración de cuentas de Twitter, y se dedican a trinar por encargo y dar “me gusta” para crear tendencias en las redes. Son personas reales, que conforman ejércitos mercenarios en Twitter, y sus clientes son agencias de relaciones públicas y campañas políticas. Cada retuit se paga a una tarifa que oscila entre centavos de dólar y hasta cinco dólares, y un profesional de este singular oficio puede recibir entre 2.000 y 5.000 dólares mensuales. Hay reclutadores, que son los que más ganan porque garantizan al cliente paquetes de 100 tuits reales en quince minutos. Adolescentes de todo el mundo pagan una cuota de 300 dólares para ingresar a estas redes mercenarias.
“En Colombia hay una marcada tendencia a buscar cantidad de seguidores sin importar la calidad”, explica Diana Méndez, directora de la agencia Loor, especializada en reputación de marca y promotora de investigaciones sobre seguidores falsos. Ella señala un tema que los viciosos de los “followers” suelen desestimar: grandes masas de seguidores en las redes no se convertirán en votos, ni en ventas de productos. “No existe una fórmula en el mundo que permita convertir en votos las conversaciones – las reales y las falsas – que ocurren en las redes sociales”, explica.
Descubrir quién utiliza seguidores falsos para mostrar más popularidad e influencia de la que tiene realmente no es difícil. Hay herramientas de uso público que rápidamente detectan las cuentas falsas entre la masa de seguidores de cualquier perfil de Twitter. Aplicamos TwitterAudit y encontramos que la cuenta @AlvaroUribeVel, la cual oficialmente reporta cinco millones de seguidores, tiene en realidad solo 2,2 millones de seguidores verdaderos o de seguidores realmente activos. TwitterAudit utiliza un algoritmo que rastrea una muestra de los seguidores de alguien, e identifica el número de trinos, las fechas y los seguidores que a su vez tiene, para establecer con buen grado de certeza si se trata de cuentas falsas, creadas artificialmente para ser vendidas en el mercado negro.
Una cuenta con el famoso huevito en lugar de la foto, con muy pocos seguidores y con nombre del tipo @guti21005630 es sospechosa, y probablemente creada por bots, que son programas de software que registran automáticamente cuentas en Twitter para campañas de marketing. Como es fácil identificarlas, especialmente porque son de reciente creación, las empresas dedicadas a este negocio tienen “granjas” en las que literalmente cultivan por años cuentas falsas. Entre más antiguas sean, tienen mayores posibilidades de pasar los filtros de credibilidad. Los dueños de estas granjas ponen a estos bots a realizar trinos aleatorios sobre temas generales, para causar la impresión de que se trata de cuentas legítimas y activas, y así evitar la detección por los rastreadores como TwitterAudit o StatusPeople. Estos productos muy añejos son más apetecidos por los compradores y, desde luego, son más costosos, como los buenos vinos.
No ilegal pero sí inmoral
La compra de falsos seguidores no es bien percibida, y el hecho de que quienes acuden a esta estrategia lo nieguen públicamente y escondan los rastros de sus transacciones, así lo demuestra. “Un político que compra seguidores también compra votos; es un asunto de mínimo decoro”, afirma Carlos Carrillo, un pionero cazador de cuentas falsas que investigó una red bogotana popular entre algunos políticos locales y conducida desde una cuenta madre llamada @verdadbogota1, que fue utilizada por Enrique Peñalosa durante su segunda campaña, y por Carlos Fernando Galán y Germán Vargas, entre otros. El actual gobernador de Antioquia, Luis Pérez, fue uno de los primeros colombianos acusados de comprar falsos seguidores, por allá en el año 2010.
El escenario peor es Twitter, porque allí no se verifica la legitimidad de quien crea una cuenta. En Facebook es más difícil, porque hay que suministrar un número de teléfono real para abrir una página. A Tweeter le ha resultado muy oportuno el auge del matoneo y las cuentas falsas, porque le suministra oxígeno en medio de su crisis de rentabilidad. “Las redes tienen que controlar esto, porque lo que están vendiendo es literalmente moneda falsa”, afirma Diana Méndez.
Un proyecto de Ley busca poner freno a estos vicios. La iniciativa pertenece a la representante Margarita Restrepo y plantea penalizar con cárcel a quien promueva y participe de estas prácticas. Pero el proyecto ha recibido más críticas que respaldo, por razones diversas, entre ellas el hecho de que quienes discutirán el proyecto son los mismos que por estos días compran masivamente seguidores falsos para las campañas 2018.
Publicado originalmente en SEMANA, edición 1866, febrero de 2018,
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