Facebook y el poder de la tecnopolítica
El triunfo de Donald Trump puso en la picota a las redes sociales: ¿Puede una noticia falsa viralizada en Internet cambiar el rumbo de un país?
Ángela Merkel no quiere correr la misma suerte de Hillary Clinton, quien perdió la carrera a la Casa Blanca, según cree, por culpa de Facebook. El año próximo habrá elecciones y el partido de la canciller alemana, la UCD (Unión Cristiano Demócrata), exigió a Facebook la semana pasada garantizar controles sobre las noticias falsas y los mensajes de odio que polarizan las campañas políticas. Apuntaba en concreto al auge en la red social del partido de derecha Alternativa para Alemania, que difunde mensajes xenófobos y promueve la intolerancia aprovechando las plataformas digitales. Tres días después, la Comisión Europea presentó un duro reporte cuestionando la ineficacia de las compañías tecnológicas norteamericanas en su meta de eliminar en 24 horas cualquier contenido de este tipo publicado en sus redes, un compromiso que adquirieron hace poco Facebook, Twitter, Google y Microsoft. El fantasma de las noticias falsas que ayudaron a Donald Trump a ganar en Estados Unidos aterroriza a los políticos europeos.
Pero, ¿qué tan cierto es que decir mentiras en las redes sociales hace torcer los resultados de una elección? New York Times cree que sí. Fue el primer medio norteamericano en acusar a Facebook de la derrota demócrata, por permitir la difusión de noticias falsas que habrían afectado la decisión de muchos ciudadanos. La verdad es que la campaña de Donald Trump realizó un efectivo uso de Facebook y Twitter, apelando a todas las formas de lucha posibles en estas redes sociales: las legales y las ilegales. Autorizados o no por la campaña republicana, activistas digitales dedicados al negocio de las noticias falsas (ver recuadro) difundieron informaciones que hacen parecer un juego de niños lo que confesó Vélez Uribe en relación con la estrategia de mentiras del Centro Democrático durante el reciente plebiscito realizado en Colombia. Sin ruborizarse, dijeron que Hillary le vendió armas al Estado Islámico, que el agente del FBI que filtró los correos de Hillary fue asesinado, que Barak Obama es un activista musulmán y que el papa Francisco apoyaba a Donald Trump. Miles de noticias falsas como esas fueron compartidas una y otra vez en los muros de los 156 millones de usuarios norteamericanos de la popular red social y se posicionaron como tendencia relevante en su sistema de noticias.
Marck Zuckerberg, CEO y fundador de la compañía, quiso desestimar la acusación, indicando que las noticias falsas constituyen apenas el uno por ciento del total de información que circula en su red y le pareció “una locura” imaginar siquiera que Facebook pueda afectar los resultados electorales en el país más poderoso de la tierra. Pero un grupo de empleados suyos le obligó a modificar su postura, cuando revelaron que emprenderán acciones internas enfrentar el delicado problema de las noticias falsas. Presionado por la denuncia, Facebook anunció el miércoles pasado que tomaría drásticas medidas en contra de las noticias falsas y comenzó con una muy seria: no hay más publicidad para sitios Web que promuevan informaciones de este tipo. Los sitios seguirán existiendo, nadie puede impedirlo, y sus rumores malintencionados podrán ser compartidos en los muros de los usuarios, pero no tendrán página oficial en Facebook ni se beneficiarán del programa de publicidad compartida, que es justamente para lo que nacieron.
La acusación contra Facebook se basa en el hecho de que al menos dos terceras partes de los 156 millones de usuarios estadounidenses obtienen principalmente de allí sus noticias diarias. Incluso una parte significativa, que algunos estiman en 60 por ciento, ya no lee los diarios sino que tiene en Facebook su única fuente de información acerca de lo que pasa en el país. El problema radica en la arquitectura de la información en la red social. Lo que los usuarios ven está condicionado por quiénes son sus amigos y lo que estos comparten. Dado que los amigos en Facebook son mayoritariamente del mismo perfil ideológico del usuario, éste termina recibiendo solamente noticias y opiniones que refuerzan sus propias creencias. Los críticos han descrito esto como estar dentro de una burbuja que filtra la información e impide recibir nociones alternativas sobre cualquier tema. Pero, cuidado, ¿no ocurría algo parecido en los tiempos pre digitales? Las personas se suscribían a los diarios y revistas más próximos a su ideario político. Al menos es lo que argumentan los defensores de Facebook en el juicio mediático que se lleva a cabo por estos días.
El lío del algoritmo
No obstante, es cierto que la red social podría gestionar la información de un modo diferente a la burbuja filtradora. La esencia del problema radica en el algoritmo implementado para ofrecer información a los usuarios. Facebook fue de los primeros en implementar un algoritmo orientado a posicionar primero las informaciones relacionadas con los temas que el usuario ha buscado recientemente, creyendo que eso asegura ofrecerle lo que éste quiere saber. Otras plataformas digitales adoptaron la misma política, como Instagram, en donde ya no aparece en secuencia cronológica cada foto compartida por quienes el usuario tiene en su red, sino que aparecen primero las que el algoritmo de Instagram identificó como de mayor interés para el usuario.
Esto deja en manos del algoritmo informático (una secuencia de pasos para que la máquina solucione un problema, como se define en ingeniería) la información que las redes sociales ponen frente a los ojos de las personas. Si, pongamos por caso, un usuario hizo clic accidentalmente en una página erótica, el algoritmo podría identificar que ese tipo de información está en su campo de interés habitual. Y no será fácil sacarse de encima las noticias sobre ese tema. Amazon y Google lo hacen para enfocar mejor la publicidad de sus anunciantes. Si alguien pasa un par de minutos leyendo sobre automóviles, el software que monitorea los patrones de uso asumirá que esa persona tal vez desea comprarse uno, y le atormentará en los días siguientes con anuncios del último Volvo persiguiéndolo en la pantalla de su computador o su teléfono.
Tal como lo definió la prestigiosa revista Wired, la Inteligencia Artificial es más artificial que inteligente. Entonces, ¿podrían los humanos manejar de mejor manera este problema que el algoritmo de una máquina? De hecho, hasta mediados del presente año un equipo de periodistas se encargaba en Facebook de filtrar las noticias de la sección “Trending News”, las más relevantes que la red posiciona según su popularidad. Hasta que un exempleado resentido denunció un sesgo hacia la izquierda en el equipo y los acusó de desestimar deliberadamente la información sobre la campaña de Trump. Los directivos de Facebook, preocupados de no ganarse la enemistad del poderoso candidato republicano, despidieron a los periodistas y encargaron al famoso algoritmo la tarea de filtrar las noticias de la sección “Trending”. Pero el algoritmo ha demostrado ser bastante incompetente a veces, a pesar de las inversiones que Facebook realiza en proyectos de investigación en Inteligencia Artificial y Machine Learning. Hace poco catalogó como un indebido desnudo a la fotografía de la niña vietnamita que huía de los ruines ataques con Napalm ocurridos en 1972 durante la invasión norteamericana. ¡Y censuró la foto!
No obstante, el principal punto débil del algoritmo es que no puede verificar si una noticia es verdadera. Tan sólo la recomienda por su índice de popularidad. De este modo, en menos de un año, Facebook ha sido acusado de sesgo izquierdista cuando utilizó recursos humanos, y de ayudar a Trump a ganar la presidencia cuando decidió dejar todo en manos del software.
La tecnopolítica
Para ser justos, la campaña de Clinton también utilizó Facebook, y la teoría de la filtración selectiva aplica igual, sea el usuario un conservador blanco y machista o un hípster demócrata de San Francisco. Sin embargo, la estrategia Trump fue más intensiva en el uso de las redes sociales, y no solo en cuanto a las noticias falsas. En realidad, Facebook y Youtube fueron su prensa y su televisión, ante el abierto respaldo que los medios tradicionales brindaron a Hillary.
Si Facebook y Twitter son capaces de modificar el curso de una elección, es algo que está por verse. Pero definitivamente sí polarizan en exceso el debate político. Los vimos en Colombia durante los días del plebiscito y la cosa está que arde en otras latitudes. Las autoridades europeas están sensiblemente molestas con las redes sociales, por la tolerancia que éstas han mostrado frente a la avalancha de mensajes xenófobos y racistas que circulan en ellas a propósito de la llegada de refugiados ocurrida el año pasado. La Unión Europea forzó un compromiso de Facebook, Twitter, Google y Microsoft de eliminar en 24 horas cada “mensaje de odio” que sea publicado, pero el reporte de la semana pasada indica que sólo el 40 por ciento de los contenidos catalogados como de odio fueron revisados y solo una cuarta parte fue eliminada de las plataformas. Y los políticos europeos amenazan con duras sanciones. “No puede ser que nos crucemos de brazos cuando la campaña electoral se ve influenciada por la manipulación de opiniones”, declaró Volker Kauder, el líder de la bancada del CDU, el partido de Ángela Merkel. Hasta el papa Francisco está molesto y comparó el gusto de la gente por las noticias falsas con la coprofagia. Sí, dijo que era igual a comer excrementos y calificó el uso de los medios para difamar a los rivales políticos como un “pecado doloroso”.
2016 quedará como el año en el que las redes sociales vencieron a los medios de comunicación y como el año en el que se posicionó oficialmente la tecnopolítica. “Ha habido una transformación en cómo el ciudadano recibe la información y en los tres casos de Brexit, Plabiscito y elecciones en Estados Unidos, nosotros con las herramientas de Google y en particular con Google Trends, podíamos saber cuáles eran las tendencias y cómo sería el resultado final”, asegura Francisco Forero, gerente de ventas para el sector gobierno de Google Colombia.
Durante las campañas del plebiscito, las búsquedas asociadas al “No” siempre fueron más abundantes que las del “Sí”, excepto en un par de ocasiones (una de ellas el día de la firma del acuerdo en Cartagena). “Teníamos una gran certeza de que el No iba a ganar, sólo observando lo que ocurría por regiones”, agrega Forero. Google Trends es una herramienta pública y cualquiera puede utilizarla. La compañía explica la superioridad de los indicadores del buscador sobre las encuestas tradicionales de intención de voto, en el hecho de que Google no mide percepciones basadas en muestras pequeñas de ciudadanos, sino que monitorea las búsquedas de casi el universo completo de votantes. En Bogotá Google es consultada habitualmente por siete de cada diez ciudadanos, lo que le permite identificar con precisión que hoy las principales preocupaciones de los bogotanos son, en su orden, seguridad, empleo y movilidad. Cualquier político o gobernante puede aprovechar esta información para comprender mejor a los electores. La cifra más reciente revelada por MinTic indica que el 59 por ciento de los colombianos interactúa con redes sociales por lo menos diez veces al día y se estima que un colombiano promedio pasa cerca de cuatro horas diarias conectado a la Web, “por lo tanto, no hay una manera más eficiente para llegarle a los colombianos que Internet”, afirma el ejecutivo de Google.
Trump comprendió esto mejor que Hillary, sin duda. De hecho, durante el último mes de campaña realizó en promedio diez conversaciones en vivo en Facebook Live versus una diaria de la candidata demócrata, y tuvo 119 millones de visualizaciones de estas charlas en vivo, contra 31 millones de Clinton.
La tecnopolítica ofrece una muy amplia gama de recursos: desde el legítimo y recomendable monitoreo de tendencias a través de Google Trends, apps electorales y Big data, hasta la cuestionada implementación de cuentas “robotizadas”, que disparan chorros de contenidos – falsos o verdaderos – en favor de una campaña política o a veces en acoso contra un rival. Twitter está plagado de ellas e incluso de cuentas falsas creadas automáticamente, para crecer el número de seguidores de una campaña.
¿Debe un candidato adecuar su programa de campaña según las tendencias que encuentre en Google? Los politólogos no se ponen de acuerdo, pero una cosa es aceptada: la capacidad que tienen las tecnologías actuales para convertir a los simpatizantes de un partido en verdaderos activistas, sin salir de sus casas. Es exactamente lo que logró Trump este año. “Facebook brinda a la ciudadanía la posibilidad de hablar con sus representantes de manera directa y sin intermediación alguna”, dijo a Semana Diego Bassante, Gerente de Política y Gobierno de Facebook para América Latina. Durante el plebiscito en Colombia, ocho millones de personas generaron 63 millones de interacciones en Facebook con relación a este tema.
Es evidente que la gente pasa hoy menos tiempo leyendo prensa y viendo televisión, y más tiempo navegando Internet. Pero la creciente ola de noticias falsas utilizadas en las campañas políticas pone un par de puntos en favor de los medios tradicionales. Los editores suelen ofrecer puntos de vista diversos sobre la mayoría de temas y se esfuerzan en asegurar la veracidad de las noticias que publican, versus redes sociales en las que circula de todo sin ningún tipo de curaduría. Las redes sociales ganan la batalla por las audiencias, pero pierden en credibilidad.
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El negocio de inventar noticias
Mentir en Internet es un jugoso negocio que explotan numerosos sitios en Estados Unidos. Divulgan informaciones tan escandalosas y descabelladas que logran la atención y el tráfico suficientes para albergar anuncios comerciales bien pagados. La idea detrás del “clickbait” como se le denomina, es conseguir tráfico y visitas a sus portales a como dé lugar. Que un pandillero de las maras salvadoreñas murió al tratar de enchapar sus testículos en oro; que Facebook cerrará las cuentas en donde detecte mala ortografía o que un importante ejecutivo asiático demandó a su esposa por tener hijos feos. Facebook y Google anunciaron que ya no premiarán más con ingresos por publicidad a este tipo de páginas.
A la campaña de Trump se le acusa de apalancarse en esta estrategia. La noticia sobre los supuestos negocios de Hillary Clinton con redes internacionales de esclavitud infantil recibió casi un millón de visitas, para citar tan solo un ejemplo. En una entrevista publicada en Washington Post, el propietario de varios de estos sitios, Paul Horner, se lamentaba diciendo “pienso que Donald Trump está en la Casa Blanca por mí”. Su última invención fue la noticia de que el presidente Barak Obama acababa de firmar un decreto anulando las elecciones del 7 de noviembre, la cual fue compartida 250.000 veces. “Sinceramente la gente es estúpida, Nadie ha comprobado nada”, afirma uno de los mayores autores de noticias falsas en Facebook.
Publicado originalmente en SEMANA, Edición 1.808-1.809, diciembre de 2016
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