Socio o empleado sin derechos: el dilema de la economía colaborativa
Aquí le explicamos por qué no son tratados como empleados los “asociados” de Rappi y otras plataformas populares de la “sharing economy”. ¿Qué puede hacerse para solucionar el problema?
Las imágenes de personas de pie frente a un restaurante, junto a sus bicicletas, a la intemperie y a veces soportando la lluvia y el frio mientras esperan ser llamados para llevar un domicilio, ha puesto sobre la mesa la discusión acerca de las condiciones laborales de la llamada economía colaborativa. Desde Rappi, la principal startup de domicilios de Latinoamérica, hasta Deliveroo, la mayor en Europa y Meituan, la más grande del mundo, con sede en China, casi todas estas plataformas digitales han sido acusadas en algún momento de injusticia laboral.
El año pasado Glovo, la segunda plataforma de domicilios más grande Europa, captó 385 millones de dólares entre inversionistas internacionales, y sus directivos repartieron 13,5 millones de dólares en acciones entre sus empleados. Excelente gesto de motivación del personal. Pero los repartidores de los domicilios no son empleados y por tanto no recibieron una sola acción.
Rappi afrontó dos protestas este año en Bogotá, promovidas por repartidores inconformes con los ingresos que obtienen, con los recientes cambios en la tarifa y con las duras condiciones en las que deben trabajar, y un intento de sindicalización en Buenos Aires. Pero no sólo hay quejas en las plataformas de domicilios, sino en todo el sector de logística, uno de los más pujantes de la economía digital. Amazon, el mayor comercio electrónico del mundo, padeció este año huelgas en Europa y se vio forzada a mejorar los salarios del personal encargado de los despachos y entregas, que reclamaron la monumental brecha entre los salarios de los ejecutivos de alto nivel y los trabajadores encargados de llevar las mercancías hasta las casas de los clientes. Amazon es la segunda más próspera de las grandes compañías tecnológicas del mundo y su propietario, Jeff Bezos, es actualmente el hombre más rico del planeta, por lo que resultaba difícil justificar por qué en la economía digital, tan aplaudida por estos días, no todos se benefician por igual.
El problema se origina en el modelo de negocio que dio vida a estas empresas. Uber es la más grande transportadora del mundo, y no tiene un solo vehículo; como Airbnb es la más grande compañía global de alojamientos y no tiene un solo hotel. Propietarios particulares de vehículos o de apartamentos amoblados, los ofrecen al público a través de Uber y Airbnb, que no son más que aplicaciones en los teléfonos, desde donde los consumidores solicitan los respectivos servicios. Esta idea innovadora, de las personas haciendo negocios directos entre sí, sin la intermediación de los monopolios tradicionales, ganó popularidad rápidamente. Afiliarse a Uber no convierte a nadie en empleado de esta empresa, sino en “asociado”. En Colombia hay 88.000 de estos asociados, que obtienen mejores ingresos en comparación con el trabajo como taxista. Un taxista se queda con menos del 20 por ciento de cada carrera, mientras un conductor de Uber obtiene el 68 por ciento de lo que paga cada pasajero. En las plataformas de domicilios, como Domicilios.com, Uber Eats, Mercadoni o Rappi, los “asociados” ponen sus propias bicicletas o motos, obteniendo entre 2.500 y 3.500 pesos por cada entrega. Para muchos de ellos es una oportunidad de obtener ingresos extras para pagar la universidad, trabajando tres o cuatro horas al día, pero para quienes esperan vivir de esto, la percepción es diferente.
Los modelos de economía colaborativa no fueron pensados para reemplazar los empleos tradicionales ni estaba previsto que se convirtieran en trabajos de tiempo completo; fueron pensados para permitir ingresos extras a quienes dispongan de automóviles o bicicletas que de otro modo estarían parqueados la mayor parte del tiempo. y aunque no son empleados y por tanto no están sujetos a las prestaciones que la ley obliga, la verdad es que en no pocos casos los “asociados” deben soportar condiciones de trabajo duras y están expuestos a las contingencias de la inseguridad urbana. Aportan sus propios vehículos y smartphones, y tienen que hacerse cargo de su propia atención médica. Simón Borrero, CEO de Rappi, recalca que no se trata de un empleo, porque cada “rappitendero” se conecta y desconecta de la plataforma libremente y su dedicación de horas al servicio depende de sí mismo, según sus necesidades. “Es ideal para personas que tienen otro trabajo y no les está alcanzando. La gran mayoría son estudiantes, y muchos sin Rappi no podrían terminan sus carreras”, sostiene el fundador de esta empresa, valorada hoy en 1.000 millones de dólares. El problema es que cada vez más personas se vinculan porque es la única alternativa de empleo que encuentran.
Borrero se ha reunido con el viceministro de trabajo y con otras autoridades, para discutir soluciones. No es posible absorber a los rappitenderos como empleados, pues los números del negocio no dan. Estar valorada en 1.000 millones de dólares no significa que Rappi genera rentabilidad ni que pueda contratar como empleados formales a sus casi 14.000 asociados. El modelo de negocio de la economía colaborativa funciona de esa manera. Uber, Rappi y todas las demás marcas famosas generan pérdidas mensuales en todo el mundo. Esa es la realidad de la sharing economy. Su valor está calculado por el futuro negocio que prometen. Algún día serán rentables, como lo es hoy Facebook después de muchos años operando a pérdida.
En el caso europeo, la mayoría de quejas sobre Deliveroo vienen de los migrantes que llegan al viejo continente y su única opción es trabajar con estas plataformas. Es difícil en Europa alcanzar, repartiendo domicilios, los ingresos promedio de un trabajador formal europeo. Algo similar parece estar ocurriendo acá. En las protestas hay numerosos ciudadanos venezolanos desesperados ante la imposibilidad de satisfacer sus expectativas laborales.
¿Es la economía colaborativa una oportunidad para la sociedad, o sólo un negocio de emprendedores talentosos que aprovechan el trabajo freelance para acumular enormes capitales? Para aquellos que participan en estas apps del modo original, trabajando en sus ratos libres para complementar sus ingresos, el sistema funciona, y pudimos conversar con muchas personas que se encuentran satisfechas. Pero quienes, como los migrantes venezolanos en Latinoamérica, o los africanos en Europa, dedican la mayor parte del día a trabajar sin cobertura legal alguna, la experiencia, por supuesto, es decepcionante.
El gerente de Uber Colombia, Nicolás Pardo, dice que están dispuestos a sentarse con el gobierno y con otros actores para examinar el tema de las condiciones de trabajo de los asociados. Uber ofrece algunas garantías como un seguro para cada viaje, que cubre al conductor y a los pasajeros, y recién estableció un convenio con la universidad CUN que otorga becas del 50 por ciento para estudios de pregrado y posgrado a los conductores asociados a la app.
No obstante, sigue sobre la mesa la discusión sobre la delgada línea que divide al modelo de asociado a una plataforma, con el empleo informal sin seguridad social que podría esconderse detrás.
Consultados al azar, muchas personas que trabajan con diferentes plataformas dieron testimonio de cuánto les sirve este trabajo para aumentar sus ingresos familiares y miles de taxistas se pasaron a Uber ante las claras ventajas de trabajar en esta plataforma, versus el modelo de los vehículos amarillos. Pero hay también personas inconformes, especialmente en el sector de reparto de domicilios, por la ausencia de seguridad social y las dificultades del trabajo que se presta, sobretodo cuando se hace en bicicleta y en horarios nocturnos; y la realidad es que no hay un marco legal que cubra las aspiraciones de quienes se sienten insatisfechos en su calidad de “socios” de estas plataformas. Las coberturas de ley aplican para los trabajos formales, y estos no lo son. Y hay coincidencia entre las empresas de tecnología en la urgencia de atender debidamente este problema, o un nuevo foco de inconformidad social podría estar incubándose.
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